lunes, 26 de enero de 2009

Clásicos, hallazgos y sueños

Recientemente saltó a actualidad la aparición en un garaje de Newcastle, en el Reino Unido, de una unidad de un Bugatti 57S Atlante de 1937, de los que en su día tan solo se construyeron 17 unidades. Adquirido en 1955 a su dueño original por el Doctor Harold Carr, el Bugatti pasó a descansar 5 años más tarde en el garaje de la casa del doctor, donde ha permanecido con tan sólo 43.000 kilómetros hasta el día de hoy, en que sus herederos lo han descubierto junto a un Aston Martin y un Jaguar E Type.

Bugatti Atlante

El sueño de todo aficionado a los clásicos: descubrir en un garaje, en un almacén, una pieza única. Algo que pasa de forma muy poco frecuente, pero que pasa. ¿Por qué no me puede pasar a mí, igual que la lotería? Pero bajemos  a la Tierra y pensemos, ¿qué haríamos cualquiera de nosotros, pobres mortales y simples aficionados a los clásicos con un ejemplar como este Bugatti (o un Hispano, un Pegaso, o un Elizalde)? Lo primero es ponerlo en orden de marcha. Vale, teníamos unos ahorrillos y muy a pesar nuestro (y especialmente de la familia) los hemos empleado en devolver a la vida y en perfectas condiciones semejante joya. Ahora hay que asegurarlo, ¿no? ¿Nos conformaríamos con un seguro cualquiera, o habría que optar por algo a la altura de nuestra joya? Vale, de acuerdo, también superamos este escollo. Prosigamos la diversión: a pasar la ITV en nuestro bendito país. Si ya tenemos nuestros más y menos con ejemplares patrios más o menos normales, pero que a los ojos de los empleados de la ITV de turno son más raros e inservibles que un congelador para un esquimal, ¿qué pensarán de un vehículo del que sólo se construyeron unas pocas unidades allá por los años 30? Bueno, sigamos siendo optimistas, nuestra joya está en perfecto orden de marcha, con su seguro y su ITV en regla. ¿Y ahora qué? ¿Circulamos con él por el denso y peligroso tráfico de nuestra ciudad con el consiguiente riesgo de sufrir un percance? ¿O simplemente por las calles de nuestro pueblo, por donde también circulan otros conductores con sus vehículos a los que les importa bien poco un golpecito más o menos? Bueno, va, nos vamos por una carretera comarcal poco transitada a una concentración que se celebra en aquel otro pueblo. Llegamos, aparcamos y somos el centro de atención. Mientras le explicamos a Pepe cómo encontramos el coche y nuestras peripecias, por el rabillo del ojo vemos, ¡oh cielos!, como un niño con las manos llenas de barro las está pasando por la inmaculada carrocería de nuestra joya. Todavía estamos temblando tras apartar al niño del coche cuando nos damos cuenta que alguien ha abierto la puerta, se ha sentado en el asiento del conductor y a voz en grito está explicando a sus amigos, a la vez que no para de tocar, los extraños mandos de aquel curioso coche. Y, por supuesto, no podía faltar para rematar el cuadro, el señor que se acerca, le sacude tres magníficos puñetazos a la aleta delantera y dice “Sí señor, antes si que se hacían coches de verdad, con chapa de la buena…”. Blancos del susto, maldiciendo, y con el corazón desbocado volvemos a casa, guardamos la joya en el garaje y juramos no volver a sacarlo más, al tiempo que nos preguntamos ¿por qué a mí? ¡Cuán mejor no vivía yo con mi humilde (ponga aquí el aficionado el vehículo que desee), sin tantos desvelos, ni sustos, ni gastos, y soñando, tan solo soñando, con esa joya inalcanzable!

Y es que, en definitiva, la vida es sueño, y los sueños, sueños son.